Pesadilla en
Viena
Enrique Vargas Peña
El sábado 29 de enero almorzaron privadamente en Hanover, Alemania,
los primeros ministros de Portugal y Alemania, Antonio Guterres y Gerhard Schroeder,
respectivamente, ambos miembros del partido Socialista.
Guterres es, también, presidente pro témpore de la Unión Europea.
El marco de la reunión estaba dado por el gigantesco escándalo de
corrupción que envuelve a las cúpulas políticas europeas, que incluye revelaciones
sobre pagos ilegales realizados al partido Socialista portugués por el partido Socialista
alemán, aunque centrado en los que recibió el principal partido alemán, la Democracia
Cristiana, de diversos intereses sectoriales.
En ese almuerzo privado, Schroeder dijo a Guterres que era necesario
que actuara rápidamente sobre un problema completamente diferente, la posible
integración del partido llamado Liberal Austríaco (Freie Partei Österreich, FPÖ), en
el gobierno de su país.
Schroeder tenía en mente, seguramente, dos problemas: cubrir el
escándalo del financiamiento ilegal de la clase política y evitar el corrimiento del
electorado centroderechista alemán y frnacés a la derecha ante el derrumbe previsto de
democristianos y gaullistas.
Desde el día 27 se habían abierto en Viena, capital austríaca, las
posibilidades de acceso del FPÖ al poder.
Austria es un pequeño (83.859 km2) y bellísimo país centro europeo,
de mayoría católica y habla alemana que ha estado gobernado, desde hace treinta años,
por el partido Socialista (Sozialistiche Partei Österreich, SPÖ) que, desde hace trece
años comparte el poder con el partido democrata cristiano llamado "Popular"
(Volks Partei Österreich, VPÖ).
Este "pacto de gobernabilidad" despojó a la política
austríaca de una oposición digna de ese nombre y creó un "sofocante consenso que
corrompe todo lo que toca" (London Times, 28 de enero de 2000).
También impuso a los austríacos un pesado nivel de impuestos que se
sitúa entre los más elevados del mundo (New York Times, 31 de enero de 2000), con el que
se financia, entre otras cosas, un generosísimo programa de inmigración.
En estas circunstancias, un jóven y carismático político, Jegor
Haider, se hizo cargo, en 1986, del FPÖ, que nunca había logrado más del cinco por
ciento de los votos, desarrollando un discurso basado en tres pilares: una restricción
radical de la inmigración, la reforma del Estado y una crítica sistemática a las
cleptocracias europeas (los gobiernos de Italia, Bélgica, Alemania, Francia, España,
Portugal, etc., basados en contribuciones ilegales y en el tráfico de influencias para la
asignación de contratos públicos a los contribuyentes de los partidos políticos).
Haider ha sido particularmente duro con los gobernantes belgas, a
quienes calificó de "pedófilos corruptos", en base a los recientes escándalos
que sacudieron a la clase política de Bélgica.
A raíz de este discurso, Haider y su partido fueron acusados de ser
simpatizantes de Adolfo Hitler, otro austríaco.
En las pasadas elecciones de noviembre de 1999 el FPÖ se convirtió en
la segunda fuerza política austríaca.
Los dos partidos oficialistas, el SPÖ y el VPÖ, no lograron
reconstruir su alianza, entre otras razones porque el VPÖ veía gravemente erosionada su
base de sustento popular por el corrimiento del electorado hacia el FPÖ.
A raíz de esta situación, el presidente de la República, Thomas
Klestil, elegido por la anterior coalición socialista-democristiana, en un trámite
ordinario en cualquier democracia parlamentaria, solicitó al presidente del VPÖ,
Wolfgang Schüssel, estudiar la posibilidad de una coalición con el FPÖ.
Esta fue la excusa que Schroeder aprovechó, actuando a través de
Guterres, desencadenando una extraña reacción en los órganos oficiales de la Unión
Europea, de la cual Austria es parte, quien, en nombre de catorce de sus quince miembros,
advirtió a Viena que no toleraría un gobierno con la presencia de Haider y que de
acceder el FPÖ al poder, los contactos con Austria se verían reducidos a los
técnicamente indispensables.
Nada igual había sucedido con Italia, donde la Alianza Nacional,
heredera ideológica del Movimiento Nacional Fascista de Benito Mussolini, que ya
compartió el gobierno, ni en Francia, donde los comunistas no reformados también
formaron también parte del gobierno.
La acción de Guterres no fue consultada con los demás líderes
europeos, excepto Schroeder, por lo que debió ser rectificada luego por el presidente de
la Comisión Europea (poder ejecutivo de la Unión) Romano Prodi, quien matizó la
declaración de Guterres diciendo que la UE no tomaría ninguna decisión en tanto el
nuevo gobierno austríaco mantuviese estricta observancia de las leyes europeas.
Sin embargo, las maquinarias políticas que sostienen a los gobiernos
europeos se movieron rápido para legitimar la acción unilateral de Guterres que fue
respaldada ayer, 02 de febrero, por el Parlamento Europeo en mayoría.
La pregunta que se hace hoy media Europa es, pues, ¿para qué sirve la
democracia?
Si los pueblos no son libres de darse el gobierno que desean de un modo
legal y, en cambio, autoridades no elegidas como son las de la Unión Europea, pueden
establecer los límites de la soberanía de un pueblo, ¿de qué democracia están
hablando?
No hablan, en realidad, de democracia, sino de algo que es semejante en
todo a la "doctrina Brezhnev", enunciada por Leónidas Ilych Brezhnev,
secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética ante el Congreso de los
Sindicatos, para justificar la invasión soviética a Checoeslovaquia, en 1968, según la
cual la soberanía de los estados está limitada por la necesidad de "mantener los
valores comunes", un lenguaje siniestramente similar al que ahora usa la Unión
Europea para intervenir en Austria.
Esta intervención es tan extraña que hasta líderes como el del
partido Verde de Austria (Gröhne Partei Österreich, GPÖ) Alexander van der Bellen,
quien no puede, seriamente, ser acusado de simpatizante de los nazis, han mostrado su
extrañeza.
La nueva realidad mundial, impuesta sobre Paraguay, sobre Ecuador,
sobre Serbia, pero también sobre Austria, es clara: la soberanía popular es cosa del
pasado y se encuentra en vigencia, en cambio, el instrumento que usaba la Unión
Soviética para sojuzgar a sus satélites.
Lo que se creyó destruido con el Muro de Berlín, viene ahora desde
Washington y Bruselas, impulsada por las mafias políticas que, a caballo del lavado de
dinero, se han apoderado de los gobiernos de las principales potencias del mundo y se
muestran dispuestas a todo para cubrir sus delitos y mantenerse en el poder
indefinidamente.
Y la pesadilla no ha hecho más que empezar.