Hay
un corolario que falta en todo este discurso elaborado por Peter Romero
para el Paraguay, un corolario que él, por supuesto, no menciona y del
que hablan menos los que aquí trabajan para Wasmosy en los medios,
especialmente los directores periodísticos del diario Ultima Hora.
Peter Romero se queja, como se recordará, del fracaso del
gobierno paraguayo y, más dramáticamente, de la clase política
paraguaya.
No se queja de la parte que le cupo a él mismo en este fracaso,
como, en general, los norteamericanos no emiten sonido sobre los costos
de sus fracasos de política exterior.
Para restarle apasionamiento al tema, baste a modo de ejemplo el
caso iraní, que es más o menos semejante: en Irán, Estados Unidos
derrocó al gobierno legal y legítimo de Sadeq Mossadeq (1954), quien
fue ejecutado, para instalar la más corrupta, incompetente y represiva
autocracia que hayan sufrido nunca los iraníes en sus dos mil
quinientos años de historia nacional, la que encabezó Mohamed Reza
Pahlevi.
Esa autocracia oprimió desde 1954 hasta 1978 a los iraníes con
el aplauso entusiasta de Estados Unidos, que guardaba un silencio
miserable cada vez que la Savak, policía política de la dictadura iraní,
actuaba, matando, torturando, hostigando.
Estados Unidos nada dijo en favor de los derechos humanos de los
iraníes cuando Reza Pahlevi ordenó la demolición de aldeas y el
traslado masivo de poblaciones, para dar cumplimiento a un sueño suyo
de reorganizar el campo.
Estados Unidos no habló mientras se gastaban, y malgastaban,
enormes recursos petroleros en financiar las apetencias militares de
Pahlevi, o el tren de vida escandaloso de sus amigos, financiado con
dinero del pueblo mediante contratos públicos.
Cuando estalló la inevitable rebelión, encabezada por Khomeini,
los norteamericanos pintaron a este con los rasgos de Satán, mientras
convertían al homicida que les había servido en una especie de héroe
que había que respetar y admirar.
Los iraníes, que nada habían hecho contra Estados Unidos, que
debieron soportar durante 25 años el más oprobioso régimen de su
historia porque Estados Unidos lo decidió, debieron ver, además, como
eran convertidos en parias internacionales por rebelarse contra la
injusticia.
A veinte años del estallido, los iraníes siguen segregados, con
los mercados cerrados, con las miradas sospechosas sobre ellos, mientras
los culpables, los verdaderos culpables, guardan silencio o, peor, actúan
como si estuvieran escandalizados y sorprendidos del odio que lo
norteamericano despierta en Irán.
Nunca, nunca, nunca surgió de Washington un pedido de disculpas,
un reconocimiento del error, una explicación más o menos objetiva de
la situación.
Lo mismo ocurre con Cuba, lo mismo con Vietnam, lo mismo con
Colombia.
Ellos, los norteamericanos, arman el problema, ellos lo
profundizan, lo convierten en una crisis grave. Ellos se convierten
luego en jueces de sus propias víctimas las que, encima, deben soportar
generalmente una condena.
William Jefferson Clinton es un sinvergüenza, que destruyó la
transición paraguaya hacia la democracia e instaló en el poder a una
camarilla autoritaria. La inmensidad de su poder, y la de su aparato
propagandístico, no modifican la situación.
Cuando aflore el sentimiento que han sembrado, Peter Romero se
mostrará, con el mayor descaro y cinismo del que es capaz, que es
mucho, sorprendido y disgustado y fulminará contra las víctimas de su
política la condena acostumbrada.
|