El
domingo 02 de julio de 2000 se produjo en México un acontecimiento
llamado a tener extensa y profunda repercusión en el continente
americano: el partido Revolucionario Institucional, en el poder
desde hace más de siete décadas, fue derrotado en las urnas por
una coalición encabezada por la derecha católica a la que había
vencido tras la Revolución.
¿Es
bueno este cambio?
Desde
el punto de vista de la credibilidad de las nuevas instituciones
democráticas de México, si, el cambio es bueno. El triunfo del
candidato de esa derecha, Vicente Fox, confirma la vigencia de la
soberanía del pueblo y la alternancia en el poder, cosas, ambas,
que diferencian a una dictadura de una democracia.
Desde
el punto de vista del historial de los vencedores, no, el cambio no
es bueno.
Esta
paradoja aparente es la que dificulta de una manera tan persistente
el establecimiento y la vigencia de las instituciones democráticas
en América Latina.
La
derecha católica mexicana, agrupada en el partido de Acción
Nacional es igual de autoritaria que lo que han sido hasta ahora las
fuerzas revolucionarias agrupadas en el partido Revolucionario
Institucional y, de hecho, la Revolución Mexicana no se explica sin
la larga historia de abusos, arbitrariedades, usurpaciones y privilégios
que esa derecha católica impuso sobre el país.
El
partido Revolucionario Institucional fue, durante una buena parte de
su larga estancia en el gobierno, una fuerza de progreso y liberación
comparada a los que entonces acababan de ser vencidos, aunque es
obvio ahora que sobre él operó la dinámica del poder, definida en
los axiomas de lord Acton.
América
Latina va a los tumbos, pasando de un autoritarismo a otro, porque
se niega tozudamente a incorporar a sus insituciones políticas los
recaudos que surgen de las investigaciones de Acton, que ya habían
sido previstos por Locke, Montesquieu y, sobre todo, por los
constituyentes norteamericanos.
En
América Latina se cree todavía, de la mano de la Iglesia Católica
precisamente, que los sistemas políticos triunfan o fracasan según
si los hombres que los hacen funcionar son buenos o malos, mientras
que la presunción que subyace en el sistema norteamericano (no así
en el inglés) es, precisamente, que los sistemas políticos deben
tener prevista la posibilidad muy real de que hombres malos puedan
eventualmente aprovecharse de ellos.
La
jornada electoral del 2 de julio ha sido buena para la democracia
mexicana. Pero es demasiado temprano aún para decir que los
elegidos sabrán honrar el mandato que recibieron del pueblo ni para
esperar que los derrotados acepten limpiamente esa voluntad.
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