La
Organización de Estados Americanos (OEA) reconoció, para todos los
efectos prácticos, la promoción del presidente peruano Alberto
Fujimori para un tercer período al mando de su país.
De nada sirvieron los informes realizados por una comisión
de observación de la propia OEA, ni las constataciones de otros
observadores, ni los reclamos de la población peruana, acerca de
las irregularidades masivas, sistemáticas, continuas, que viciaron
el proceso electoral que sirve de fachada a Fujimori.
No solamente se observaron irregularidades técnicas, como
ser falta de fiscalización del escrutinio o boletas de voto mal
impresas; sino políticas, como el hostigamiento a los candidatos
opositores; judiciales, como la destitución de jueces
independientes; y constitucionales, como la exclusión de la oposición
de los medios masivos de comunicación.
De nada sirvió verificar todo eso. Los países de la OEA,
entre ellos Paraguay, cerraron los ojos y abandonaron al pueblo
peruano.
Las excusas para esta conducta latinoamericana son parecidas
o equivalentes a las que, sin ponerse colorada, esgrimió la
vicecanciller nacional, Julia Velilla, para justificar el apoyo
paraguayo a Fujimori: Paraguay votó por Fujimori a cambio del
compromiso de extender al Perú la proscripción de Lino Oviedo.
Al menos eso es lo que da a conocer el diario Ultima Hora.
Y después de confesar que la democracia peruana les interesa
un rábano, el canciller nacional, Juan Aguirre, se atrevió todavía
a expresar su satisfacción porque la OEA convertirá a América
Latina en una región libre de golpistas.
Libre de golpistas y libre de democracias, debió decir.
La resolución de la OEA pasando por alto las irregularidades
de las que se valió Alberto Fujimori para obtener un tercer mandato
presidencial consecutivo en Perú es trágica para las democracias
de América Latina, que se van convirtiendo, una a una, en remedos
orquestados desde Washington, con la necia complicidad de las que
momentáneamente sobreviven.
Cayó primero Ecuador y nadie dijo nada. Caímos después
nosotros y todos aplaudieron. Ahora Perú. Más temprano que tarde,
el resto. Todo avalado por la OEA.
Los que se resisten a la parodia son golpistas. Los que
admiten el fraude, la exclusión, el autoritarismo, son demócratas.
Mientras tanto, Estados Unidos, que es el aliado clave de
Fujimori y de los regímenes ecuatoriano y paraguayo, se lava las
manos, pues el trabajo sucio lo delegó esta vez en Fernando
Henrique Cardoso y Fernando de la Rúa, quienes recurrieron a no se
sabe qué principio de estabilidad.
El candidato opositor peruano Alejandro Toledo tuvo una
conducta errática dijeron, para justificar la traición a
millones de latinoamericanos a los que con esa excusa se les niega
el derecho a elegir gobernantes.
Clinton,
Cardoso y De la Rúa se han convertido en los jueces que determinan,
prescindiendo de las reglas democráticas y de lo que deseamos
nosotros, el pueblo,
si Bucaram, Oviedo o Toledo pueden o no gobernar.
|