Con
motivo del desarrollo del escrutinio de las elecciones habidas el
martes 7 en Estados Unidos, algún comentarista de la agencia española
EFE se ha permitido realizar una presentación del sistema electoral
norteamericano que pretende menospreciarlo por viejo y por ser
indirecto.
Se
refería a la posibilidad, que se define hoy, de que el próximo
presidente de Estados Unidos sea elegido a pesar de no tener la mayoría
del voto popular.
En
Estados Unidos, el presidente es elegido por los pueblos de cada uno
de los cincuenta estados separadamente y no por el pueblo de Estados
Unidos como un todo.
Milan
Kundera escribió un libro con la frase del título, referido a un
momento de la vida de su desaparecido país, Checoeslovaquia, en el
que mostró ese aspecto de la condición humana que es la puerilidad,
que se manifiesta incluso en momentos que hacen historia.
La puerilidad tiene una arista de simpleza que aterra cuando
aparece en personas que se suponen generalmente menos proclives a
sufrirla, como pueden ser los observadores de la política
internacional.
El sistema electoral norteamericano tiene doscientos años y ha
contribuido de manera decisiva a crear y mantener a la sociedad más
exitosa de la historia humana.
Su relativa antigüedad, lejos de mostrar obsolescencia muestra
su practicidad y el genio de sus creadores. Comparado con el sistema
electoral español, por ejemplo, o, mejor, con la vida electoral de
España, que nunca pudo garantizar períodos prolongados de
estabilidad y prosperidad, el sistema norteamericano es sencillamente
maravilloso.
Lamentablemente, en Estados Unidos mismo existen sectores
prontos a demoler el sistema que posibilitó la potencia y la riqueza
norteamericanos a fin de asegurar algún objetivo inmediato.
Las fuerzas políticas que apoyaron al saliente presidente
norteamericano William Clinton, por señalar un caso manifiesto, que
hablan ya de la necesidad de abolir el sistema para impedir que vuelva
a suceder lo que puede ocurrir hoy, que es que George Bush triunfe a
pesar de que Albert Gore es quien recibió más votos populares.
Aunque ese impulso de los clintonianos es, en realidad, una
manifestación más de su falta de ética y una exposición de los
peligros a que se expone una república cuando entrega el poder a
personas sin moral, es también una muestra de puerilidad.
La historia de Roma enseña que este es el destino de las
sociedades humanas: llegar a un punto de prosperidad tal que creen que
los instrumentos que les permitieron llegar allí deben ser
reemplazados.
Es un destino cimentado en la insoportable levedad de los seres
que, debiendo pensar, prefieren divagar.
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