Corren
rumores de que el ex presidente Juan Carlos Wasmosy ha enviado a
Estados Unidos una misión cuya tarea es establecer contacto y
enlace con la nueva administración de Geroge W. Bush, quien asumirá
la presidencia norteamericana el 20 de enero.
La oposición paraguaya, sin llegar seguramente tan lejos, se
encuentra también celebrando el final de la presidencia de William
Jefferson Clinton, el hombre que para proteger los negocios de sus
aportantes destruyó la democracia en Paraguay.
Esta actitud de la oposición es equivocada y supone una
actitud moralmente igual a la de Wasmosy: servil ante un poder
extranjero, incapaz, por tanto, de servir realmente al pueblo
paraguayo.
Esto no es una mera declamación nacionalista. Es una
constatación práctica que tiene notables consecuencias económicas.
Aún en un mundo crecientemente globalizado, la defensa de
instancias locales de poder y seguridad, que garanticen a los
habitantes de una determinada nacionalidad y región una
representación razonablemente respetable en el concierto
internacional es una necesidad para la generación de riquezas.
Lo contrario, la política que han seguido Wasmosy y González
Macchi, la del alineamiento total, acrítico y sin propósito
(radicalmente distinta a la alianza estratégica enunciada por Menem
en Argentina relaciones carnales-) solamente sirve para
enriquecer a los delegados locales de firmas extranjeras, lo cual se
ha demostrado claramente insuficiente para satisfacer las
necesidades del Paraguay.
La globalización es bidereccional y es beneficiosa, para
todos, si se mantiene bidireccional, es decir del centro a la
periferia y de la periferia al centro.
González Macchi y Wasmosy la aprovechan beneficiando
exclusivamente al centro en detrimento de la periferia, en perjuicio
de su propio país, recibiendo por eso algunos privilegios.
La oposición paraguaya hace muy mal en tratar de emular esa
política, pues sus resultados serán los mismos.
Para el Paraguay no se trata de qué partido esté en la Casa
Blanca ni de cómo se llame su inquilino. Para el Paraguay se trata
de lograr hacer ver al presidente de Estados Unidos que las
decisiones que atañen a los intereses paraguayos se deciden en el
Paraguay y entre los paraguayos y que la promoción de los legítimos
intereses norteamericanos no se hará en Paraguay a costa de los
intereses o de la soberanía paraguayos.
Claro, para exigir y defender eso hay que saber de qué se
habla, cosa que los políticos paraguayos, de todos los partidos,
difícilmente hagan.
Para el paraguayo de a pie, para el hombre común, nada
cambiará con Bush o con el que sea, si sus políticos no son
capaces de entender que ellos se deben a ese paraguayo común y no
al embajador norteamericano.
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