Una
encuesta continental, Latinobarómetro 2000, publicada el día 9 de
mayo en Santiago de Chile, revela importantes datos acerca del vigor
del sistema democrático en América Latina, o de su debilidad, según
el punto de vista.
El dato más relevante es el nivel de apoyo realmente escaso
que el sistema democrático tiene en Paraguay y Ecuador, que son,
con Brasil, los menos comprometidos con el sistema.
En Paraguay, y en México, existe un alto porcentaje de
ciudadanos dispuestos a apoyar un retorno al autoritarismo.
Y Paraguay es también, junto con Brasil y Nicaragua, el país
de mayor insatisfacción con su sistema político.
Frente
a ello, el otro dato relevante es que en Venezuela, la confianza en
la democracia subió desde un 35% hasta un 55%, situandose muy cerca
de los países con mayor soporte popular al sistema, que son
Argentina, Costa Rica y Uruguay.
Paraguay y Ecuador han sufrido una desembozada intervención
norteamericana, brasileña y eclesiástica en sus asuntos internos
que, en ambos casos, terminó por derribar a los gobiernos
popularmente elegidos (Cubas y Bucaram, respectivamente) para
instalar en su reemplazo a fuerzas políticas con respaldo de los
poderes fácticos, pero sin consentimiento verdadero del pueblo.
Esta intervención y estas fuerzas se presentan como demócratas,
aún cuando restringieron, proscribiendo a sus adversarios y
prorrogando mandatos fenecidos, el elemento sin el que ninguna
democracia real existe: el derecho del pueblo a elegir gobernantes líbremente.
Los resultados están a la vista, dos países en crisis, sin
salidas fáciles, gobernados desde afuera, condenados a una
creciente pobreza, y con una pérdida de fe en esa democracia
entrecomillada donde el voto no sirve y en la que la voz de algunos
embajadores extranjeros importa más que la voluntad pública, que
contrasta con la creciente fortaleza que se observa en Venezuela.
En Venezuela, donde Estados Unidos y la Iglesia Católica
también están haciendo cuanto está a su alcance para destruir el
proceso democratizador de Hugo Chávez, la fe de la gente en el
poder de su voto crece y, a pesar de los problemas económicos gravísimos,
el sistema se fortalece.
La gente, al contrario de lo que creen firmemente las
oligarquías paraguaya y ecuatoriana, no es estúpida y, aún cuando
no conozca a Locke, a Rousseau, a Montesquieu o a Jefferson, se da
cuenta con facilidad de lo que vale su voluntad en un sistema político
determinado.
En Paraguay y en Ecuador, la voluntad de la gente no
interesa, el poder no surge del consentimiento de los gobernados. En
Venezuela, a pesar de la propaganda yanqui, empieza a valer.
Es una injusticia que se diga, en consecuencia, que en
Paraguay o en Ecuador la gente no tenga fe en la democracia cuando
lo único que ocurre es que Estados Unidos, Brasil y la Iglesia Católica
no han permitido que funcione.
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