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Fe en la democracia

Enrique Vargas Peña

10 de mayo de 2000

  

Una encuesta continental, Latinobarómetro 2000, publicada el día 9 de mayo en Santiago de Chile, revela importantes datos acerca del vigor del sistema democrático en América Latina, o de su debilidad, según el punto de vista.

         El dato más relevante es el nivel de apoyo realmente escaso que el sistema democrático tiene en Paraguay y Ecuador, que son, con Brasil, los menos comprometidos con el sistema.

         En Paraguay, y en México, existe un alto porcentaje de ciudadanos dispuestos a apoyar un retorno al autoritarismo.

         Y Paraguay es también, junto con Brasil y Nicaragua, el país de mayor insatisfacción con su sistema político.

          Frente a ello, el otro dato relevante es que en Venezuela, la confianza en la democracia subió desde un 35% hasta un 55%, situandose muy cerca de los países con mayor soporte popular al sistema, que son Argentina, Costa Rica y Uruguay.

         Paraguay y Ecuador han sufrido una desembozada intervención norteamericana, brasileña y eclesiástica en sus asuntos internos que, en ambos casos, terminó por derribar a los gobiernos popularmente elegidos (Cubas y Bucaram, respectivamente) para instalar en su reemplazo a fuerzas políticas con respaldo de los poderes fácticos, pero sin consentimiento verdadero del pueblo.

         Esta intervención y estas fuerzas se presentan como demócratas, aún cuando restringieron, proscribiendo a sus adversarios y prorrogando mandatos fenecidos, el elemento sin el que ninguna democracia real existe: el derecho del pueblo a elegir gobernantes líbremente.

         Los resultados están a la vista, dos países en crisis, sin salidas fáciles, gobernados desde afuera, condenados a una creciente pobreza, y con una pérdida de fe en esa “democracia” entrecomillada donde el voto no sirve y en la que la voz de algunos embajadores extranjeros importa más que la voluntad pública, que contrasta con la creciente fortaleza que se observa en Venezuela.

         En Venezuela, donde Estados Unidos y la Iglesia Católica también están haciendo cuanto está a su alcance para destruir el proceso democratizador de Hugo Chávez, la fe de la gente en el poder de su voto crece y, a pesar de los problemas económicos gravísimos, el sistema se fortalece.

         La gente, al contrario de lo que creen firmemente las oligarquías paraguaya y ecuatoriana, no es estúpida y, aún cuando no conozca a Locke, a Rousseau, a Montesquieu o a Jefferson, se da cuenta con facilidad de lo que vale su voluntad en un sistema político determinado.

         En Paraguay y en Ecuador, la voluntad de la gente no interesa, el poder no surge del consentimiento de los gobernados. En Venezuela, a pesar de la propaganda yanqui, empieza a valer.

         Es una injusticia que se diga, en consecuencia, que en Paraguay o en Ecuador la gente no tenga fe en la democracia cuando lo único que ocurre es que Estados Unidos, Brasil y la Iglesia Católica no han permitido que funcione.

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