Las relaciones
con Cuba
Enrique Vargas Peña
La dictadura paraguaya ha establecido relaciones diplomáticas plenas
con Cuba en un acto sorpresivo y notable. Independientemente de las motivaciones que
pudiera tener el régimen de Asunción, establecer relaciones con Cuba implica un pequeño
paso hacia liberar la política exterior del Paraguay de la asfixiante tutela de la
embajada de Estados Unidos en que se desenvolvió desde el advenimiento de José Félix
Estigarribia al poder, en 1939.
Con respecto al manejo de las relaciones internacionales los países
deberían manejarse de acuerdo con la fría teoría inglesa: "el país no tiene
eternos amigos ni eternos enemigos, tiene solamente eternos intereses".
Obviamente, la dificultad de aplicar la teoría inglesa en el Paraguay
está en decidir quién determina cuáles son los "eternos intereses" de nuestra
República.
Sin embargo, hay algunos, muy pocos, elementos que nadie podría
discutir seriamente.
Uno de ellos es la necesidad de reivindicar la autonomía plena del
Paraguay ante todos los estados y poderes del mundo, para relacionarse o no relacionarse
con ellos de acuerdo con sus propias estimaciones y no de acuerdo a las creencias o
sugerencias de la embajada de Estados Unidos.
Ese es un "eterno interés" del Paraguay que, dadas las
circunstancias, puede ser situado en el mismo nivel que las tradicionales líneas maestras
que ha tenido la política exterior paraguaya cuando ella existía: libre navegación de
los ríos y equilibrio en el Río de la Plata (lo que no debe ser confundido con la
suicida doctrina de Francisco Solano López).
El diario ABC Color, que critica duramente la decisión de establecer
relaciones plenas con Cuba, cuestiona, en su editorial del 9 de noviembre, la inexistencia
de afinidades ideológicas que justifiquen relaciones entre la isla caribeña y nosotros.
Se equivoca por partida doble.
En primer lugar, las afinidades ideológicas no deberían ser una
motivación de las relaciones exteriores desde que regímenes muy distintos pudieran
compartir intereses vitales o administrar países económicamente complementarios.
Esto funciona sin perjuicio de la simpatía que deben causar en los
gobiernos decentes y libres del mundo la suerte de los perseguidos en cualquier país, a
quienes siempre cabe prestar amparo.
En segundo lugar, Asunción y La Habana tienen regímenes dictatoriales
hermanados en la doctrina de los medios justificados por el fin.
Sin embargo, la repugnancia que causa el régimen cubano no es menor
que la que causa la política exterior norteamericana, que impedía establecer esas
relaciones en base a un falso e hipócrita discurso democrático que Washington aplica
selectivamente según convenga a sus propios intereses, que no son los del Paraguay.
Estados Unidos condena la dictadura de Castro, pero no condena la
dictadura paraguaya a la que apoya abiertamente. Y, además, trabaja estrechamante con las
dictaduras de Asia central, por no mencionar el más complejo caso chino o los de Pinochet
y Videla.
En base a estas consideraciones, no hay, a mi juicio, razón alguna por
la que Paraguay no deba relacionarse con Cuba y con todos los países del mundo que
convengan a los intereses paraguayos.