El proceso político venezolano protagonizado por Hugo Chávez,
que tantas esperanzas ha despertado en América Latina, está
ingresando en una etapa que puede terminar en una desgracia.
Chávez se encuentra en una encrucijada. Cree que no puede
solucionar los problemas sociales para cuya solución fue elegido
con la legalidad vigente que, sin embargo, diseñó él mismo.
El presidente venezolano no puede alegar que no se le dio
todo lo que pidió. Se le dio todo y mucho más. Desde una
Constitución hasta poderes especiales económicos.
Sin embargo ahora insunúa decretar el estado de excepción y
habla de usar la vía armada. El presidente del Movimiento al
Socialismo, grupo que forma parte de la coalición chavista, le ha
preguntado abiertamente si dejó de creer en la vía democrática.
La respuesta de Chávez no pudo ser más ominosa: expulsó al MAS de
su alianza.
Por qué supone Chávez que lo que no pudo hacer con el
enorme poder que ya tiene podría hacerlo con aún más poder? Y por
qué debe alguien creer que Chávez, investido del poder absoluto,
podrá escapar del axioma de Lord Acton ("el poder corrompe, el
poder absoluto corrompe absolutamente")?
Chávez no es un extraterrestre. Con el poder absoluto será
igual o peor a todos los demás seres humanos que tuvieron la
desgracia de poseerlo. El hecho de haber capitalizado todo el
descontento de los venezolanos con su anterior régimen político no
convierte a Chávez en una especie de ángel ajeno a las tentaciones
que el poder genera.
El éxito de una revolución, y sus posibilidades de
sobrevivir y proyectarse, se mide por la solidez de las
instituciones que genera. Esta, a su vez, depende del grado de
participación que el pueblo tiene en ellas y en la dirección de
todo el proceso.
Las revoluciones socialistas del pasado siglo, que parecían
tan sólidas en fecha tan tardía como 1970, se derrumbaron como un
castillo de naipes al cabo de veinte años porque fueron incapaces
de crear mecanismos institucionales de participación popular y
originaron, por tanto, oligarquías explotadoras tan odiosas e
injustas como aquellas que habían reemplazado.
Algo semejante ocurrió con la Revolución Francesa,
admirable explosión que terminó sepultada por Bonaparte porque no
se animó a ser fiel a sí misma al negar al pueblo el ejercicio
continuado del poder.
No hay revolución sin democracia y Chávez comete un trágico
error al olvidarlo. Es más, en realidad, la democracia es la
revolución.
El error de Chávez es más trágico aún porque los políticos
corruptos que fueron desplazados del poder por el voto del pueblo a
través de la Revolución Bolivariana podrán decir nuevamente que
ellos y toda la podredumbre que representan son los defensores de la
libertad.
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