Elecciones españolas
Enrique Vargas Peña
Los españoles votaron ayer, 12 de marzo, otorgando un claro mandato
para gobernar al partido Popular del presidente del gobierno José María Aznar, quien
deberá ser encargado por el rey Juan Carlos de formar una nueva administración para los
próximos cuatro años.
Pero ese era el resultado previsto uniformemente por todas las
encuestas desde hace tiempo, si bien ellas no previeron la magnitud de la victoria
popular, que superó ampliamente los votos necesarios para dotar a los populares de
mayoría absoluta (183 sobre 350) en el Congreso de Diputados.
Hay otros dos datos, sin embargo, igualmente significativos, que tienen
que ver con lo que le ocurrió al partido Socialista Obrero Español (PSOE), el principal
de la oposición.
El PSOE fue duramente castigado. Del censo de votantes, perdió
aproximadamente dos millones de votos. Este es un dato. Y su campaña contra la
abstención fracasó ruidosamente, con un ausentismo de más del 31% del censo. Ese es
otro dato.
Hay que comenzar por este último.
Una mayoría de los españoles se define a sí misma, según todos los
sondeos, como de izquierda, proclive a votar a los partidos de la izquierda.
Esa mayoría se quedó en su casa. Dijo no, claramente, al llamado del
secretario general del PSOE y candidato de la izquierda al gobierno, Joaquín Almunia, a
participar para evitar un triunfo de la derecha. Esa mayoría de izquierda prefirió dar
paso a un gobierno de derechas que apoyar a Joaquín Almunia.
De los que concurrieron a votar, por otra parte, dos millones de
personas que tradicionalmente votaban a los socialistas votaron por los populares de
Aznar. Prefirieron cambiar de partido a apoyar a Joaquín Almunia.
¿Por qué?
Porque Almunia ha llegado a representar en España lo peor de la
partidocracia. Derrotado por Josep Borrel para ser candidato del partido en estas
elecciones en la primera interna por "voto directo" de los socialistas, se las
arregló para desbancar al vencedor en las urnas con auxilio de la burocracia partidaria.
Borrel renunció y estuvo en Chile durante las elecciones.
Almunia usurpó una función que sus correligionarios le habían
negado, haciendo valer el peso de la maquinaria oligárquica del partido, dominada por
"barones" no electos que la ocupan desde siempre.
El resultado está a la vista y fue tan evidente incluso para Almunia
que renunció ayer mismo, mientras leía su discurso de aceptación de la derrota, al
cargo de secretario general del PSOE.
El PSOE tiene ante sí una dramática elección: o se abre y reanuda el
camino inaugurado por Borrel, o insiste en la vía oligárquica y muere como murieron
todos los partidos incapaces de canalizar la voluntad ciudadana.