La lección
venezolana
Enrique Vargas Peña
Ayer, 15 de diciembre, el setenta y dos por ciento del cuarenta y
cuatro por ciento de los electores hábiles de Venezuela, aprobó la nueva Constitución
Bolivariana de Venezuela, el marco jurídico de la revolución encabezada por Hugo
Chávez.
Es un margen aprobatorio impresionante, que revela hasta qué punto
está el pueblo de Venezuela harto de la oligarquía que lo oprimió durante cuarenta
años, considerando que las votaciones realizadas ayer lo fueron en medio de las peores
lluvias del año, que dejaron un saldo de al menos 18 muertos y seis estados
incomunicados.
Es un margen categórico que confirma plenamente los mostrados de
manera uniforme por todos los sondeos de opinión pública realizados sobre la cuestión
así como por los resultados de las cuatro últimas elecciones habidas en Venezuela.
Pero más impresionante aún, es la derrota de los poderes fácticos:
la Iglesia Católica, la embajada de Estados Unidos, los partidos políticos, los
sindicatos tradicionales, los gremios empresariales y su aparato propagandístico,
integrado por los mayores medios de comunicación de Venezuela.
La lección es evidente: no hay manera alguna de detener a un pueblo
cuando ese pueblo ha resuelto decir basta, no hay coalición capaz de frenar un proceso
revolucionario cuando él está bien conducido, cuando la moral revolucionaria es capaz de
sobreponerse a amenazas medievales.
Tal vez el caso particular más elocuente en Venezuela sea el de la
Iglesia Católica, que desató una feroz campaña en contra de la aprobación de la
Constitución Boliviariana con todas sus armas: las amenazas acerca de las diversas
manifestaciones de la cólera de Dios que castigarían a los venezolanos, semejantes a las
que usa en todas partes para asustar a los crédulos y a los timoratos.
Ante los anatemas sacerdotales, una sola pregunta de Chávez derrumbó
el montaje de los curas: ¿dónde estaban los cardenales, los obispos, los curas, los
embajadores del Vaticano durante los cuarenta años en que unos cuantos políticos
sinvergüenzas se robaron todo el país?
La gritería católica no pudo ocultar la respuesta: estaban junto a
los ladrones, recibiendo beneficios también ellos.
La respuesta del pueblo fue contundente, la mayor derrota política de
la Iglesia Católica en América Latina desde los días de José Batlle y Ordoñez en
Uruguay.
Esta es la lección venezolana, que Lino Oviedo no aprendió aún: los
poderes fácticos, especialmente el católico, son tigres de papel ante la verdad, los
derrumba un bofetón de justicia, como derrumbó a Bonifacio VIII el guantelete de
Guillermo de Nogaret.
Mientras Oviedo, o cualquiera que resuelva actuar en beneficio del expoliado pueblo
paraguayo, siga temiendo al sermón mal pronunciado de algún obispo, no habrá
posibilidad alguna de hacer triunfar la causa del pueblo.