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El precio que EEUU paga

Enrique Vargas Peña 

17 de setiembre de 2001

 

Los atentados contra el Ministerio de Defensa norteamericano (Pentágono) y el Centro Mundial de Comercio de Nueva York (WTC), perpetrados el martes 11 de setiembre pasado, son un crimen horrendo que viene a demostrar a las autoridades norteamericanas los riesgos a que exponen a sus conciudadanos con su torpeza y su corrupción en el manejo de la política exterior.

El secretario norteamericano de Estado, Collin Powell, dice que el principal sospechoso de los hechos es el terrorista árabe Usama ben Laden.

Si eso es verdad se tendrá que Estados Unidos ha entrenado y financiado al criminal que ahora mata de modo tal repugnante a miles de norteamericanos.

El periodista estadounidense John Cooley aporta suficientes indicios acerca de la colaboración entre Ben Laden y la Agencia Central de Inteligencia de EE UU (CIA) en su libro "Unholy Wars" (Guerras No Santas) de 1999.

La política exterior de Estados Unidos con países sin importancia como Afganistán o Paraguay es tradicionalmente dejada en manos de funcionarios de cuarto orden, como el tristemente célebre Peter Romero (ex subsecretario de Estado de EE UU para América Latina), que actúan sin control del Congreso norteamericano.

Eso explica cómo aparecen estas asociaciones entre la CIA y Ben Laden o el apoyo de Estados Unidos a gobiernos tan corruptos como los que ha venido sufriendo el Paraguay.

Las consecuencias están a la vista. Un gobierno corrupto vende pasaportes a quien mejor le paga sin importarle que el comprador sea Juan Pablo II o Usama ben Laden. Con esos pasaportes se puede entrar a Estados Unidos y hacer contra el pueblo norteamericano una cosa como la sucedida el día 11.

Yo espero que los corruptos funcionarios paraguayos que venden pasaportes no se encuentren involucrados en la tragedia, pero no sería extraño que lo estuvieran.
Peter Romero o los funcionarios de la CIA que en algún momento trabajaron con Ben Laden están ahora tranquilos en sus casas, llorando tal vez más que nadie por lo que ocurre, como si ellos fueran inocentes.

Pero no son inocentes. Cuando para asegurar negocios se hace la vista gorda sobre la corrupción y el autoritarismo, se está actuando con negligencia criminal en contra de los intereses legítimos del propio país.

Esto es lo que yo vengo tratando de hacer notar a los norteamericanos desde que se embarcaron en la aventura de restringir el imperio de la voluntad popular en Paraguay para que los socios comerciales de William Clinton puedan vender computadoras a Brasil.

La Humanidad exige ahora una justa reparación por los atentados del martes 11, de forma que sus autores, cómplices y encubridores sean descubiertos y castigados. La Humanidad exige además terminar de una vez y para siempre con los santuarios del terrorismo.

Pero eso implica acabar también con los que desde el seno del gobierno de Estados Unidos alimentan a los monstruos que, una vez adquirido el vigor que necesitan, matan o hacen perder la fe de los pueblos en la democracia.

    

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