Los
atentados contra el Ministerio de Defensa norteamericano (Pentágono)
y el Centro Mundial de Comercio de Nueva York (WTC), perpetrados el
martes 11 de setiembre pasado, son un crimen horrendo que viene a
demostrar a las autoridades norteamericanas los riesgos a que
exponen a sus conciudadanos con su torpeza y su corrupción en el
manejo de la política exterior.
El secretario
norteamericano de Estado, Collin Powell, dice que el principal
sospechoso de los hechos es el terrorista árabe Usama ben Laden.
Si eso es verdad
se tendrá que Estados Unidos ha entrenado y financiado al criminal
que ahora mata de modo tal repugnante a miles de norteamericanos.
El periodista
estadounidense John Cooley aporta suficientes indicios acerca de la
colaboración entre Ben Laden y la Agencia Central de Inteligencia
de EE UU (CIA) en su libro "Unholy Wars" (Guerras No
Santas) de 1999.
La política
exterior de Estados Unidos con países sin importancia como Afganistán
o Paraguay es tradicionalmente dejada en manos de funcionarios de
cuarto orden, como el tristemente célebre Peter Romero (ex
subsecretario de Estado de EE UU para América Latina), que actúan
sin control del Congreso norteamericano.
Eso explica cómo
aparecen estas asociaciones entre la CIA y Ben Laden o el apoyo de
Estados Unidos a gobiernos tan corruptos como los que ha venido
sufriendo el Paraguay.
Las consecuencias
están a la vista. Un gobierno corrupto vende pasaportes a quien
mejor le paga sin importarle que el comprador sea Juan Pablo II o
Usama ben Laden. Con esos pasaportes se puede entrar a Estados
Unidos y hacer contra el pueblo norteamericano una cosa como la
sucedida el día 11.
Yo espero que los
corruptos funcionarios paraguayos que venden pasaportes no se
encuentren involucrados en la tragedia, pero no sería extraño que
lo estuvieran.
Peter Romero o los funcionarios de la CIA que en algún momento
trabajaron con Ben Laden están ahora tranquilos en sus casas,
llorando tal vez más que nadie por lo que ocurre, como si ellos
fueran inocentes.
Pero no son
inocentes. Cuando para asegurar negocios se hace la vista gorda
sobre la corrupción y el autoritarismo, se está actuando con
negligencia criminal en contra de los intereses legítimos del
propio país.
Esto es lo que yo
vengo tratando de hacer notar a los norteamericanos desde que se
embarcaron en la aventura de restringir el imperio de la voluntad
popular en Paraguay para que los socios comerciales de William
Clinton puedan vender computadoras a Brasil.
La Humanidad exige
ahora una justa reparación por los atentados del martes 11, de
forma que sus autores, cómplices y encubridores sean descubiertos y
castigados. La Humanidad exige además terminar de una vez y para
siempre con los santuarios del terrorismo.
Pero
eso implica acabar también con los que desde el seno del gobierno
de Estados Unidos alimentan a los monstruos que, una vez adquirido
el vigor que necesitan, matan o hacen perder la fe de los pueblos en
la democracia.
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