Los
obispos católicos están tratando ahora, casi cuatro años después
del inicio de los hechos que el 28 de marzo de 1999 terminaron
formalizando el final de la transición paraguaya a la democracia,
de que se crea que ellos no sabían que había una falla moral en la
alianza entre Juan Carlos Wasmosy, Guillermo Caballero Vargas,
Domingo Laíno, los restos del argañismo, los intereses
norteamericanos y brasileños y ellos mismos.
Desde
que el 27 de diciembre de 1992 el grupo que apoyaba a Wasmosy
resolvió desconocer la voluntad popular, era evidente que había
fallas morales graves en esa alianza a la que, a partir de 1997 se
sumó, sorprendentemente, su primera víctima, Luis María Argaña.
Pero
la Iglesia Católica guardó silencio.
Y
lo hizo por la menos moral de las razones: por interés pecuniario.
Eso
es lo que nadie se atreve a decir en el Paraguay. Los obispos
alquilaron el apoyo del catolicismo porque Wasmosy, Pedro Fadul y la
Asociación de Empresarios Cristianos son sus mayores contribuyentes
y porque desde que se adueñaron del poder, en 1993, reforzaron las
contribuciones del Estado a la Iglesia.
Ahora,
pues, cuando el daño inmenso ya está hecho, cuando el país se
derrumba debido a la inmoralidad que se proyecta desde el poder, la
Iglesia habla, como si alguien pudiera olvidar su anterior silencio
y su complicidad.
La
responsabilidad de la Iglesia Católica Apostólica Romana en la
crisis paraguaya es superlativa. Es mayor que la de Wasmosy y sus
secuaces.
Se
preguntaba el pasado domingo el embajador del Papa Juan Pablo II qué
habían hecho por el país los colegios católicos.
La
respuesta es triste. Formaron e informaron a esa elite paraguaya de
la que Wasmosy es campeón, jefe y ejemplo. En los colegios de la
Iglesia se incubó esto que ahora sufre el Paraguay. Sus alumnos son
los que hacen fraudes electorales, golpes de Estado, contrabandos,
robos, prevaricatos.
No solamente eso. La
Iglesia tiene una responsabilidad aún más profunda, si cabe. Todo
en el Paraguay se hizo con, por y para la Iglesia, hasta bien
entrado el siglo XX, de manera que Ella no tiene derecho a imputar a
otros lo que son sus propias fallas.
La
Iglesia tiene todavía la posibilidad de hacer un servicio al país,
pidiendo perdón, como lo pide el Papa sobre los numerosos asuntos
en los que la Iglesia ha fracasado, causando daño.
Que
pidan perdón los obispos por haber apoyado el derrocamiento de un
gobierno legítimo y constitucional, que pidan perdón por haber
callado ante la cultura de la muerte que sus alumnos han impuesto al
Paraguay.
Con
eso, darán una señal clara acerca del propósito de enmienda y de
la necesidad del cambio.
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