De una forma tan intempestiva como sorpresiva,
el presidente peruano Alberto Fujimori, guía y
ejemplo de los numerosos políticos latinoamericanos que confunden
eficiencia con autoritarismo, renunció de hecho a su cargo apenas
cincuenta días después de haber logrado conquistarlo por tercera
vez.
Fujimori
anunció la convocatoria de nuevas elecciones generales en su país, a
las que, según dijo, no concurrirá ya.
La
acción del presidente peruano se produjo en el marco de un gran escándalo
de corrupción en el que su principal colaborador, Wladimiro
Montesinos, fue filmado mientras sobornaba a un diputado de la oposición
para tentarle a integrarse al oficialismo.
El
régimen de Fujimori, justificado a sí mismo por la derrota del
terrorismo y de la inflación, dos flagelos que afectaban al Perú,
fue una progresión continua hacia el autoritarismo y, en los últimos
tiempos, tenía en su haber tanta persecución, tanta corrupción,
tanta violación de derechos humanos y libertad de prensa como
cualquiera de los más recordados regímenes militares del continente.
Durante
su prolongada gestión, Fujimori logró el apoyo norteamericano, y esa
fue la razón por la que la Organización de Estados Americanos, OEA,
invalidó su propia cláusula democrática cuando en 1992 el
presidente peruano disolvió el Congreso y el Poder Judicial.
La
acción de Estados Unidos, además de las de las Fuerzas Armadas
peruanas, aparece justamente como decisiva en la acción tomada por
Fujimori, destinada a dejar el poder.
El
caso de Baruch Ivcher, el periodista que fue despojado del su canal de
televisión por oponerse al régimen, así como el grotesco fraude
electoral de hace dos meses, volcaron a la opinión pública
internacional en contra de Fujimori, que perdió así a sus dos más
importantes aliados.
Su
precipitado abandono del poder pone en ridículo a Brasil, que bendijo
las maniobras con las cuales el presidente peruano pretendía
continuar en el poder.
Fujimori es una nueva demostración de que las democracias de
América Latina deben fortalecerse desde adentro, para no caer víctimas
de intereses extraños aliados con inescrupulosos locales.
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