El pasado domingo 16 de abril se realizaron en Italia las elecciones
regionales, para elegir nuevas autoridades locales. Estas elecciones
no estaban formalmente convocadas para determinar la suerte del
gobierno central italiano, sino, solamente, para escoger presidentes y
asambleas provinciales.
Sin
embargo, en los países que tienden a respetar el sistema democrático,
cualquier consulta popular es válida para que las fuerzas políticas
pidan al electorado un pronunciamiento sobre el gobierno y así lo
hizo la oposición italiana en estas elecciones regionales: solicitó
a los electores que voten por sus candidatos para castigar al
gobierno.
La
respuesta del electorado fue clara. Una mayoría incuestionable votó
por los candidatos de la oposición, propinando al gobierno una
significativa derrota política.
Hasta
allí las conductas de Italia y Paraguay son iguales. Los seres
humanos se comportan del mismo modo en todas partes, castigando
electoralmente a los malos gobiernos cuando se les da la oportunidad
de hacerlo.
El
pueblo paraguayo castigó duramente al desastroso gobierno de Juan
Carlos Wasmosy, votando contra sus candidatos Laíno y Filizzola, el
10 de mayo de 1998 y volvió a hacerlo ahora, el pasado 9 de abril,
cuando acató mayoritariamente el llamado de Lino Oviedo a hacer el
vacío este inmerecido gobierno de los Argaña y Wasmosy que sufrimos,
en la interna del partido Colorado.
Pero
en ese mismo momento las costumbres de Paraguay e Italia se separan
hasta tomar rumbos opuestos.
En
Italia, el gobierno derrotado acata el deseo del pueblo y se realizan
los ajustes que se deducen del mandato electoral. En Paraguay, los
derrotados conspiran para desconocer la victoria de los vencedores y,
lo que es peor, para restringir el derecho del pueblo a castigar a los
malos.
Si
los paraguayos hubiéramos tenido políticos como los italianos, que
no son ángeles pero que actúan con un mínimo fair play (juego
limpio) en la democracia, el 11 de mayo de 1998 nadie hubiera empezado
a proyectar una ley anti-indulto para impedir el cumplimiento de la
voluntad popular; mucho menos se hubiera violado el orden jurídico
para evitar que el presidente más legítimo de la historia paraguaya
cumpliera con el mandato electoral recibido y definitivamente no se
hubiera producido un golpe de Estado como el que en marzo de 1999
entronizó en el poder a los que ahora están derrumbando al país.
Si
los paraguayos hubiéramos tenido políticos la mitad de decentes que
los italianos, lo que no es mucho pedir, el pasado 10 de abril se habría
reconocido la derrota de Félix Argaña y de los que usurpan el poder
en el partido Colorado.
Lastimosamente
no los tenemos. Yoyito Franco, Wagner, Galaverna, el Encuentro
Nacional, etc. ni siquiera quieren ser como los políticos italianos;
prefieren parecerse a los haitianos, a los ruandeses o, peor, buscan
el título mundial, como en la corrupción. Prefieren comerse entre
ellos antes que respetar la voluntad del pueblo.
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