Se
encuentra en el país una misión de observadores electorales de la
Organización de Estados Americanos (OEA) y, según sus propios
integrantes, su trabajo es garantizar por la pureza del acto
electoral previsto para el 13 de agosto.
Las misiones electorales de la OEA, en realidad, han servido
para legitimar los fraudes más escandalosos realizados en el
continente americano. Ni una elección limpia habida en la región
se debe a acción alguna de la OEA y muchas sucias recibieron su
aval.
Para mencionar apenas dos ejemplos, se tiene la elección
paraguaya de 1993, viciada por el atraco del que fue víctima el
partido Colorado, cuyos afiliados habían elegido candidato
presidencial al Dr. Luis Maria Argaña y complicada además, por
denuncias serias de manipulación de actas, a las que no se dio
importancia alguna.
Estas últimas no me las refirió nadie, pues fui, con el Dr.
Heriberto Alegre, uno de los encargados de recibirlas en la Junta
Electoral Central.
La OEA, que tenía entonces en nuestro país a una frondosa
delegación, encabezada por su secretario general, hizo oídos
sordos. Recuerdo que la observadora destacada a la recepción de
actas, de nacionalidad uruguaya, desestimó nuestras denuncias sobre
las numerosísimas que llegaban abiertas o impropiamente cerradas.
El hecho de que el candidato derrotado en mayo de 1993,
Domingo Laíno, se haya convertido luego en aliado de quien se
benefició de las irregularidades de la elección, no las hace
desaparecer y mucho menos las legitima.
El otro ejemplo de lo que es la OEA es la reciente parodia
electoral en la cual el dictador peruano Alberto Fujimori realizó
el acto formal que necesitaba para seguir empotrado en el poder en
su país.
A pesar de los informes de todas las fuentes independientes
disponibles, que señalaban los vicios insalvables habidos en el
proceso electoral peruano, la OEA reconoció al dictador, dejando
sus cláusulas democráticas para cuando Estados Unidos
necesite intervenir militarmente en alguno de nuestros países.
Al final, eso es lo que la OEA ha hecho desde siempre: ser
brazo ejecutor de la política regional norteamericana. Así con
Cuba, así con Paraguay y así con Perú.
Si hay alguien en nuestro país que cree todavía que la
presencia de una misión de la OEA garantizará una elección limpia
el 13 de agosto, debería empezar a despertar. La OEA está aquí
para otra cosa muy distinta.
Las elecciones limpias dependen de cada uno de los
paraguayos, no de la OEA ni de Jimmy Carter. Depende de que los
partidos concurrentes sean capaces de fiscalizar efectivamente el
voto y de que tengan la voluntad política de imponer a la
administración de justicia electoral local un comportamiento
decente.
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