La
reunión de presidentes de los países de Mercosur realizada en
Asunción los días 21 y 22 de junio motivó diversas expresiones
del descontento de los paraguayos con la unión aduanera.
Los
motivos son varios y van desde la persistencia de antiguas trabas
comerciales a la producción paraguaya de parte de Brasil y
Argentina hasta el desconocimiento sistemático de esos dos países
de las regulaciones pactadas.
El
descontento incluye un aspecto político. Cuando Paraguay ingresó a
Mercosur se dijo que lo hacía en salvaguarda de su entonces recién
inaugurado tránsito hacia la democracia.
Sin
embargo, Mercosur no ha garantizado la sobrevivencia de la
democracia en Paraguay. Brasil, el principal socio del bloque, ha
ejercido sobre Paraguay una influencia abiertamente contraria al
sistema democrático.
Los
paraguayos, pues, no vemos mayores ventajas en la unión. Nuestros
aranceles externos eran más bajos que los que hay que soportar
ahora y nuestras libertades dependían mucho menos de factores
externos.
El
esfuerzo de algunos por tratar de salvar la permanencia de Paraguay
en el bloque, centrado principalmente en el establecimiento de
tribunales supranacionales capaces de poner coto a los socios
mayores es vano.
Brasil
y Argentina no están en Mercosur para hacer justicia sino para
tratar de armonizar sus respectivas ambiciones sobre la región. Los
desvelos de algunos bienintencionados ingenuos no modificarán,
lamentablemente, esa realidad.
Pero
el actual gobierno paraguayo, instalado y sostenido por Brasil, nada
hará para obedecer los deseos del pueblo paraguayo o defender sus
intereses, salvo alguno que otro inútil gesto propagandístico. El
está allí para precautelar los intereses brasileños.
Esa
es, tal vez, la mayor frustración de los paraguayos con respecto a
Mercosur: saber que estamos allí prisioneros, sin poder hacer otra
cosa que expresar a través de los medios nuestro disgusto con una
unión aduanera cuyo resultado ha sido solamente el empobrecimiento.
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