La intervención
en Colombia
Enrique Vargas Peña
Los acontecimientos que suceden en Colombia muestran en toda su
dimensión la dirección de la política exterior norteamericana para América Latina y
las posiciones que esos acontecimientos generan en Washington muestran también que la
Administración Clinton trabaja en la formación de un consenso bipartidista para
garantizar la continuidad de esa política.
Para los que han estudiado un poco de historia reciente de Estados
Unidos, los acontecimientos colombianos son una repetición de los prolegómenos de la
Guerra de Vietnam, salvo que se ha inventado otro enemigo.
Los norteamericanos iniciaron su intervención en Vietnam con el
propósito declarado de no involucrarse en una guerra internacional, enviando apenas unos
cuantos asesores militares para ayudar al régimen de Vietnam del Sur, un país
artificial, creado por Francia para no reconocer el triunfo de las fuerzas
nacional-comunistas de Ho Chi Minh en la guerra de Independencia.
Se justificó el envío de esos asesores con el desarrollo de la
Doctrina Truman (contener al comunismo), en el marco de la Guerra Fría y el que dio el
visto bueno para los envíos fue el presidente Dwight Eisenhower.
En Colombia empiezan a verse ya asesores militares norteamericanos. El
lunes inició una visita a bases militares colombianas construidas con apoyo
norteamericano el comandante del Comando Sur, general Charles Wilhelm. La semana anterior
los medios de prensa colombianos denunciaron el crecimiento del número de asesores y la
"extensión" de sus funciones.
El enemigo declarado es el narcotráfico.
¿Qué es el narcotráfico?
El narcotráfico es el resultado de la política norteamericana sobre
las drogas que, al criminalizar el consumo, la producción y la venta de las mismas,
restringe artificialmente su oferta y dispara exponencialmente las rentas que genera.
La criminalización deposita este negocio magnificado artificialmente
en manos de gente dispuesta a correr los riesgos y, por tanto, genera y alimentala
formación de potentes organizaciones delictivas.
Es lo que ya les ocurrió con la Ley Seca, que prohibía el consumo, la
producción y la venta de vinos y cervezas en los años 30, prohibición que convirtió a
la Mafia en una poderosa influencia en Estados Unidos debido a que le proveyó, por
restringir la oferta de alcoholes, rentas fabulosas que se usaron para delinquir. La
sociedad norteamericana nunca superó el problema. Estados Unidos convirtió a los
carteles de la droga en superpotencias económicas capaces de armar ejércitos cuyo poder
desafía al de los Estados en cuyos países actúan.
Los ejércitos guerrilleros que controlan hoy parte de Colombia, las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y el Ejército de Liberación Nacional no
podrían desafíar a las Fuerzas Armadas de Colombia sin los recursos ilimitados que le
proveen los carteles de la droga.
Pero no satisfechos con crear el monstruo, los norteamericanos quieren
hacerle la guerra, en un territorio que no es el suyo.
El enemigo declarado es el narcotráfico, pero el objetivo es
justificar los dieciseis mil millones de dólares al año que se gastan en la Drug
Enforcement Administration y en los miles de millones más que pedirán para la Guerra de
Colombia.
Colombia pagará con su destrucción el precio de esta perversa
política norteamericana.
Pero como en Vietnam, los norteamericanos también lo harán, porque no
hay límites para el involucramiento. Los primeros 18 asesores pronto se convirtieron en
530.000 y las lecciones de combate se transformaron en combate abierto. Trescientos mil
yanquis están enterrados en los arrozales del Sudeste asiático, aunque los que los
mandaron a morir disfrutan hasta hoy de las ganancias obtenidas.
En su último mensaje a la nación como presidente, Eisenhower
advirtió a los norteamericanos que se enfrentaban a un "complejo
militar-industrial" que estaba jaqueando la existencia misma de su democracia.
Ese mismo complejo es el que alienta ahora una guerra en Colombia, una
guerra en la que se destruirá un país, morirán miles de personas y que podría evitarse
con facilidad con el mero expediente de legalizar las drogas, como proponen todos los
hombres sensatos de Colombia y de Estados Unidos.