Aberrante política de EEUU
Cualquiera que haya estado siguiendo el desarrollo de los
acontecimientos ecuatorianos de los últimos cuatro o cinco años conoce el alto grado de
intervención norteamericana existente.
En eso, Ecuador constituye un verdadero paradigma.
Hay que recordar que el señor Peter Romero, actual subsecretario de
Estado de EEUU para Latinoamérica, viajó a Ecuador hace pocas semanas para tratar de
salvar, mediante su sorprendente e inusitada intervención personal, la presidencia de su
hombre en ese desdichado país, Jamil Mahuad.
Romero había sido embajador norteamericano en Ecuador antes de asumir
sus actuales funciones.
Su sucesor al frente de la embajada en Quito, Leslie Alexander, fue uno
de los protagonistas del golpe de Estado que derrocó al último presidente constitucional
de Ecuador, Abdalá Bucaram, despojando al pueblo ecuatoriano del derecho de darse sus
propios gobernantes.
Alexander había denunciado que las aduanas ecuatorianas
"molestaban" a empresarios importantes para su país, tal vez del estilo del
filipino Mark Jiménez.
En el curso de ese golpe de Estado, en el que sin recato alguno se
realizó una parodia de juicio médico en el que no se presentó tan siquiera una receta
de farmacia, el gobierno de EEUU no vio, y mucho menos discutió, la flagrante violación
de la Constitución ecuatoriana mediante la que se deshizo de un presidente molesto.
Con la honrosa excepción de Argentina, que llamó golpe al golpe,
todos los demás países de América se alinearon con Washington a pesar de que el modelo
será aplicado en cada uno de ellos.
Así llegó Mahuad a la presidencia de Ecuador: habiendo perdido las
elecciones ante Bucaram, pudo acceder al poder al cabo de dos años, gracias a una
votación en la que este estaba proscrito y, por tanto, en la que los ecuatorianos no
tenían, realmente, libertad de elegir.
Las votaciones con exclusiones han llegado a ser una prescripción
tradicional de EEUU. Elecciones sin peronistas en Argentina, elecciones sin comunistas en
Paraguay o Centroamérica. Ahora, elecciones sin candidatos totalmente domesticados en
todas partes.
Luego, Estados Unidos apoyó a Mahuad lo más que le convino. Al señor
Clinton no le importa el dolor ecuatoriano.
Arrepentido, el ex diputado Paco Moncayo, quien había dado aval
militar al golpe contra Bucaram, ha mostrado al mundo quién es este Jamil Mahuad: el
hombre que terminó por destruir la economía de su país para salvar a sus socios,
dueños de los dieciocho bancos que, también en Ecuador, fueron "rescatados"
mediante leyes de "emergencia financiera".
Según Moncayo, los banqueros dieron cinco millones de dólares para la
campaña electoral de Mahuad y este les devolvió setecientos millones en
"salvataje". Hasta en eso es una historia conocida.
El régimen de Mahuad no encontró mejor forma de distribuir los costos
del favor que devaluar la moneda ecuatoriana imponiendo sobre los más pobres el más
injusto de los impuestos, la inflación.
Cuando se produjo el estallido social, EEUU, que no se preocupó de la
Constitución ecuatoriana cuando derrocaron a Bucaram, salió corriendo a gritar que la
rebelión de los oprimidos era "inconstitucional".
Y detrás de Washington, el coro de políticos oportunistas que ahora
ejerce el gobierno en numerosos países de América Latina, tan semejantes a Mahuad y tan
apurados en doblegarse ante Clinton que no vieron el giro de la Casa Blanca que,
finalmente, bendijo el cambio en Ecuador, dejándolos en el ridículo más patético.
Clinton avaló el cambio en Ecuador porque hubo allí una reacción
triunfante de sus aliados, que han impuesto no solamente la permanencia de un régimen
reprobable, sino la del propio Mahuad, como padrino de honor.
Mientras, el pueblo ecuatoriano seguirá languideciendo y pagando las
contribuciones de quién sabe qué "exitoso empresario" a las arcas del partido
Demócrata de EEUU, una forma aberrante que algunos políticos norteamericanos han
encontrado para evadir el control de sus conciudadanos.