El
pasado jueves 20, el presidente de Estados Unidos, George Bush,
pronunció ante una sesión extraordinaria del Congreso
norteamericano un enérgico discurso en el que delineó el marco de
la guerra que su país libra contra el terrorismo.
Bush habló acerca
de los nuevos teatros de operaciones que caracterizarán a esta
guerra, teatros, dijo, que no se limitarán a algún espacio geográfico,
sino que alcanzarán a las transacciones bancarias, o a la Internet,
entre otros.
Bush olvidó señalar
a las redes que se valen de funcionarios norteamericanos para
imponer y luego mantener y sostener a autocracias corruptas como la
que sufre el Paraguay o la que debió soportar el Perú hasta hace
muy poco tiempo.
Los
norteamericanos pueden notar ahora lo que desde aquí hemos venido
sosteniendo durante años: las autocracias corruptas, como la que
preside el senador Luis Angel González Macchi, no solamente son un
azote para los pueblos que las sufren, sino que son una amenaza a
los intereses reales de Estados Unidos, entre ellos a su seguridad
nacional.
Las autocracias
corruptas no podrían sostenerse en el gobierno de los países a los
que expolian sin el aval de Estados Unidos, obtenido mediante las
gestiones de funcionarios norteamericanos complicados con ellas,
como Peter Romero, Maura Harty o Stephen McFarland.
Bush no habló de
esos malos norteamericanos, ni mencionó cosas como las oscuras
conexiones que vinculan al ex presidente Bill Clinton con el negocio
de ventas de computadoras a Brasil, negocio que está detrás de la
destrucción de la transición paraguaya a la democracia.
Es decir, Bush
evadió el tema de la corrupción en el propio gobierno
norteamericano, que motiva acciones de política exterior que
generan creciente animadversión hacia Estados Unidos de parte de
quienes deben soportarlas.
Las operaciones de
la nueva guerra, pues, eluden a uno de los principales enemigos de
Estados Unidos: la inmoralidad en el manejo de su propio
relacionamiento internacional.
Es una lástima
que así sea, porque el caldo de cultivo en el que se crían
monstruos como Usama ben Laden es aquella animadversión generada
por las injusticias. La moralización de la política exterior
norteamericana era un imperativo del momento, pero Bush prefirió
dejarla de lado.
Así, ahora hay
que aguantar a los funcionarios norteamericanos vanagloriarse de que
la corrupta autocracia paraguaya "está con nosotros", por
lo que seguramente Estados Unidos seguirá disculpando al régimen
inaugurado el 28 de marzo de 1999 todos sus abusos, todas sus
arbitrariedades, toda su negligencia y toda la brutalidad que usará
para mostrar a sus amos estadounidenses que, efectivamente, está
alineado con ellos.
La víctima es el
pueblo paraguayo.
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