El
embajador norteamericano David Greenlee se entrevistó con el
vicepresidente de la República, Julio César Franco y, al término de
la reunión, dijo que el líder liberal había hecho la apuesta
correcta por la estabilidad.
Desde un cierto punto de vista, la aseveración del
representante diplomático es verdadera. Los culpables de tener el
gobierno que tenemos somos nosotros, que no hemos sabido darnos
mejores mecanismos institucionales.
Esto último se refiere concretamente a la Corte Suprema de
Justicia, que fue elegida en virtud de un acuerdo político para
beneficiar intereses políticos. Y la Corte eligió al senador González
Macchi en lugar del pueblo.
En otro sentido, sin embargo, la posición del embajador
norteamericano es falsa, pues mantener a un gobierno sobre cuya
ineptitud hay un acuerdo que incluso llega a la familia Argaña, en
cuyo nombre conquistó el poder el actual gobierno, es difícilmente
equiparable a una situación de estabilidad.
De hecho, la incompetencia que todo el mundo ve en el gobierno
es el más importante factor de inestabilidad que afecta al Paraguay
de hoy.
Lo que el embajador Greenlee dijo realmente, pues, es que el
gobierno de González Macchi es el aliado con el que los
norteamericanos prefieren trabajar, independientemente de lo que
piense el pueblo paraguayo e independientemente de lo que le ocurra.
Pero, desde luego, es responsabilidad de las fuerzas democráticas
paraguayas el hecho de que no hayan aprendido aún que en un mundo
globalizado lo que dice el gobierno de Estados Unidos es un factor a
tener en cuenta, cosa que sí aprendió, y bien, el presidente González
Macchi.
Parece innecesario tener que repetir lo que es obvio: las
potencias extranjeras juegan, todas, su propio juego en beneficio de
sus propios intereses y lo mismo haría el Paraguay de tener un
gobierno representativo.
Por tanto, disgustarse por el apoyo que Estados Unidos otorga
al gobierno con el que trabaja mejor o más cómodo, más que una
ingenuidad es una estupidez.
No hay un solo precedente histórico, ni una sola regla
constitucional o legal en Estados Unidos que obligue a sus gobiernos a
dejar de favorecer a sus amigos y aliados.
El vicepresidente Franco, tal vez, se encuentre haciendo esta
misma composición de los hechos, preparándose para entender
cabalmente lo que los norteamericanos quieren del Paraguay.
Y estar atentos a ese mensaje puede parecer poco digno, puede
lucir lamentable, pero es lo práctico y es lo que deberían hacer
todos los participantes del juego político paraguayo, pues o
aprendemos de una vez las reglas del mundo globalizado o nos
condenamos a nosotros mismos a que nos impongan gobiernos que le
parecen ineptos a todos los paraguayos.
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