LA CONFESIÓN DE LA ICAR
Alberto Vargas Peña (miembro de la Fundación Libertad)
Juan Pablo II, monarca reinante de la Iglesia Católica Apostólica
Romana, decidió confesar los crímenes de esa organización, realizados durante dos mil
años. Hay que recordar que esos crímenes fueron realizados bajo la admonición de ¡Dios
lo quiere! Y en la suposición de que se trataba de hechos que la Revelación indicaba y
exigía.
Desde luego la Iglesia Católica, Apostólica Romana, se cuidó muy
bien de decir que ella tiene dos partes separadas: Una humana, frágil, pecadora y otra
divina, pura, infalible. Una distinción sutil que ya no engaña a nadie. Si la Iglesia es
pura e infalible no puede equivocarse jamás; si se equivoca no es pura ni infalible. La
verdad cambiante, ajustada a los tiempos no es "la" verdad. Y decididamente no
es "revelación" sino, probablemente, ensoñación o sueño inducido por alguna
droga.
Lo cierto es que la ICAR cometió innumerables pecados contra la
humanidad aproximadamente desde que Constantino derrotó a Majencio e impuso al
catolicismo como religión del estado. Los cristianos entonces pasaron de perseguidos a
perseguidores y durante mil cuatrocientos años aproximadamente pasaron a cuchillo a
quienes no se sometían a su imperio.
Pero no fue solamente el crimen contra la humanidad el peor de los
pecados. Como se trataba de una congregación de fanáticos, se hizo de una cosmogonía
especial y actuó contra la ciencia de manera perversa y despiadada. Por su causa, la
humanidad retrocedió en la investigación de su propia naturaleza y la del mundo en que
vivía, y sufrió los horrores de la ignorancia, la suciedad y luego la peste. Cuando se
abatió la peste negra sobre Europa a causa de la "santa mugre" en que vivían
los europeos porque no se podían bañar sin pecar de concupiscentes, murieron mas de
trece millones de personas. Y la Iglesia Católica, Apostólica Romana perseguía con la
Santa Inquisición, a los médicos como brujos.
La ICAR fue durante mucho tiempo una organización criminal. Uno de sus
hijos más preclaros, fue Rodrigo de Borja, conocido como Rodrigo Borgia o Alejandro VI,
padre de César Borgia, el desalmado confaloniero mayor de la Iglesia. La ICAR mató,
descuartizó y quemó gente para imponer un punto de vista; atacó el conocimiento en
nombre de la "Revelación" y se sirvió de la figura de Dios para establecer su
imperio despiadado. Y ahora, después de tanta infamia, pide perdón.
Su último gran crimen fue callar ante la desgracia terrible que
aquejó a los judíos de Europa. Adolfo Hitler fue gran amigo de Eugenio Pacelli,
embajador en Berlín y luego Papa bajo el nombre de Pío XII. A Pío XII no le conmovió
el sufrimiento judío, ni las cámaras de gases ni las muertes horrorosas de mujeres y
niños. Impasible miró el genocidio, con la altanería del que afirma ¡Dios lo quiere!.
Está bien que la ICAR pida perdón por sus terribles e imperdonables
pecados. Nadie a través de la historia ha sido tan culpable como ella. Nadie hizo tanto
daño a la humanidad. Nadie merece tanto la condena. Si Dios existe este horrendo pecado
contra la humanidad no puede quedar impune, a pesar del pedido de perdón.