Es
increíble que un presidente de los Estados Unidos de América
dedique tanto tiempo y dinero a perseguir y denostar a un ciudadano
de una de las Repúblicas más pobres e insignificantes del mundo.
Sin
embargo William Clinton, el moralísimo presidente de los Estados
Unidos de América, no pierde ocasión de intentar aniquilar a Lino
César Oviedo, al que le inventó un golpe en 1996, despojó de su título
de general, condenó a diez años de prisión, arrebató una segura
victoria presidencial en el
Paraguay
y ahora arrojó a una mazmorra brasileña. ¿Cuál fue la ofensa tan
imperdonable que le infirió Oviedo? ¿Fue acaso su rival en el amor
de Paula Jones o Mónica Lewinsky?
Cualquiera
con unos pocos datos puede armar una teoría a su gusto. Se puede
decir, por ejemplo, que Oviedo evitó que los marines se
apoderaran
del Paraguay, y que
en 1996 se oponía tercamente a los negocios entre Wasmosy y Mark
Jiménez, amigo y financista de Clinton; se puede decir, además,
que Oviedo era la pantalla perfecta para encubrir el asesinato o la
patraña del asesinato del Dr Luis María Argaña, organizados los
CIA para derribar al gobierno de Raúl Cubas e instalar un gobierno
títere en el Paraguay; se puede decir que ahora Oviedo es la víctima
perfecta para aniquila a la ANR, que se muestra tercamente
nacionalista y dirigista.
Se
pueden decir mil cosas que expliquen el por qué William Clinton
sataniza, cada vez que puede, a Lino Oviedo.
Será
difícil saber la verdad. Lo único evidente es que Clinton,
utilizando todo el poder de los Estados Unidos, no pierde ocasión
para responsabilizar a Lino Oviedo de todo lo imaginable.
De
Wasmosy no dice nada, a pesar que se trata de un ladrón de tomo y
lomo, capaz de dejar pálido de envidia al propio Caco. De todos los
tiranuelos y opresores paraguayos tampoco dice nada; le preocupa
solamente Lino oviedo. ¿Por qué?
El
negocio que pretendió frustrar Oviedo a Wasmosy y Mark Jiménez es
muy, pero muy grande. Y parte de ese negocio beneficiaba a William
Clinton. Grandes cantidades de dólares invertidos en las campañas
del Partido Demócrata provienen de la venta de repuestos de
computadoras al Brasil a través de Ciudad del Este. Un negocio de
aproximadamente 300 millones de dólares anuales de beneficios
netos.
El
Partido Demócrata de Clinton se sintió realmente furioso cuando
Oviedo amenazó el negocio. Oviedo incluso impidió la construcción
de un segundo puente sobre el Río Paraná, que hubiera duplicado
las ventas. Absolutamente imperdonable.
Estados
Unidos son la potencia dominante, hegemónica en el mundo, y su
presidente tiene un poder extraordinario en lo que se refiere a
acciones externas. Nadie lo controla. Clinton, cuya moralidad es
igual a cero, decidió aplastar a todo aquel que no se aviene a sus
designios.
El
pobre Oviedo, inadvertidamente, se puso en su camino. Y está en
trance de ser aplastado.
¿Qué
me importa a mí de Oviedo? Personalmente nada; políticamente menos.
Lo que importa es que es un símbolo: Si Clinton puede hacer con
Oviedo lo que quiera, sin que nadie diga nada, también puede
hacerlo conmigo y con cualquiera, y eso es intolerable. Oviedo podrá
ser un mesiánico y un dictador en potencia, pero ahora Clinton lo
ha convertido, para los paraguayos al menos, en símbolo de la
independencia.
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