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La cultura del insulto

Alberto Vargas Peña (F. Libertad) 

17 de febrero de 2001

 

En el Paraguay es difícil realizar cualquier tarea, y mucho más difícil es que alguien otorgue el crédito si la tarea estuvo bien hecha. Lo normal es que apenas alguien propone algo, o alcanza algún sitio destacado, surjan unánimemente las voces de sus compatriotas para denostarlo, descalificarlo, dudar de sus motivos o ridiculizarlo. Nunca con argumentos que vayan a la cosa propuesta, sino al hombre. Le decía una vez a Rafael Saguier que en el Paraguay es costumbre decir "que va ser meritorio ese tipo si vivía al lado de mi casa". Y ese es el tipo de argumentación que prima en una sociedad que se resiste a ser civilizada.

El resultado de esta costumbre es que nadie quiere sobresalir ni proponer nada. Si el resultado de la propuesta o el esfuerzo ha de ser el menoscabo público, ¿que sentido podría tener el intento? Así, muchas mentes brillantes se han encerrado en sí mismas o han abandonado todo esfuerzo por hacer algo por el país. En el Paraguay, se dice, solamente vale la mediocridad, aquello que no llame la atención, lo que no lastime la ignorancia generalizada.

Caminando una vez por la calle Palma - en 1964, cuando con los hermanos Levi Ruffinelli como líderes trajimos de regreso al Partido Liberal al Paraguay - con Enrique Bordenave y Eusebio Baez Mongelós, nos topamos con un viejo - y anciano - político paraguayo, que hizo su carrera durante el predominio azul. Era Modesto Guggiari. Nos vio y levantando el brazo, con su voz ronca nos dijo: " ¡Qué bárbaro, muchachos - refiriéndose a nuestra actitud política - atreverse a ser inteligentes en el Paraguay!"

Entonces sonreímos complacidos, porque una persona como esa nos tratara de inteligentes. No sabíamos cuanta amargura tendríamos que tragar por aquella actitud, que fue la más lúcida que se conozca en la política paraguaya contemporánea.

Domingo Laíno, el hombre del gobierno actual, el que apoya la usurpación, la persecución y la tortura en pleno siglo veintiuno, y cuya esposa acepta una prebenda como pago por los servicios prestados, fue uno de los críticos más acerbos, y con él, Carlos Alberto González, hoy embajador del usurpador González Macchi en el Brasil y vehículo de todas las entregas a ese país; Juan Manuel Benítez Florentín, quien fue a la Asamblea de la SIP en Jamaica a defender los atentados contra la libertad de prensa, en pago de un salario; José Félix Fernández Estigarribia, quien fue Canciller del usurpador y es ahora su más firme puntal en el Senado; Efraim Cardozo, el historiador cobarde que jamás se atrevió a decir la verdad, y vendió al Partido Liberal a los socialistas, fueron quienes más nos denostaron. Y lo hicieron no porque les lastimara nuestra idea, sino porque no sabían - ni saben – vivir sino dentro de la cultura del insulto.

Yo no sé si el Paraguay cambiará alguna vez; si la educación obrará el milagro de convertir una sociedad que busca aplastar, en una que busca destacar. Lo que sí sé es que mientras esa transformación no se opere, el Paraguay seguirá siendo infortunado.

    

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