Confieso
que me alegró la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela,
porque significaba el fin de un régimen corrupto e insoportable: El
de la partidocracia que había servido de ejemplo al sistema
paraguayo. Con Carlos Andrés Pérez y sus secuaces me pareció ver
la caída de Juan Carlos Wasmosy y los suyos. Pero Chávez en
realidad no era un demócrata ni luchaba por la democracia, sistema
que evidentemente no comprende. Tal vez se encuentre luchando por
los desposeídos de Venezuela, pero con el arma y la estrategia
equivocadas.
La
democracia representativa es un sistema que garantiza la libertad
del
ciudadano y la
limitación del poder. Establece las condiciones para el desarrollo
de cualquier sociedad, mientras sus mecanismos sean respetados como
un todo. No se puede cambiar la ley electoral democrática a la
autoritaria y pretender que el sistema de representación funcione.
¿Por qué los constituyentes estadounidenses y los comunes ingleses
fueron construyendo el sistema uninominal electoral anglosajón?
Porque es el único que garantiza que los mecanismos concebidos por
la democracia funcionen.
La
representación electoral es un invento del nacional-autoritario
Otto von Bismark, que encontró la solución al problema de la
gobernabilidad autoritaria. Todas las democracias que
adoptaron el sistema de representación proporcional naufragaron en
la partidocracia y luego en las dictaduras emergentes a raíz de la
nausea que este sistema provoca en los pueblos. No hay una sola
democracia real y estable que tenga el sistema de representación
proporcional.
Por
supuesto Hugo Chávez no ha analizado el problema de Venezuela en su
origen, sino que ha sentido el dolor del pueblo y ha tomado el rumbo
de todos los líderes carismáticos populistas, que comienzan
ganando elecciones, siguen haciendo añicos los sistemas de la
libertad y terminan colgados de un farol. Lamentable.
No
es prematuro emitir un juicio sobre Hugo Chávez y un pronóstico
sobre su futuro. Venezuela no encontrará en él sino a otro líder
popular y populista superficial, que cree que dictando leyes
autoritarias y restando libertades a los ciudadanos logrará sacar a
su país del marasmo. Su anatema a la democracia representativa ya
lo pinta de cuerpo entero, y tal vez no termine como Mussolini,
colgado de las piernas de un gancho en una plaza, pero terminará
como el Perón de la primera época expulsado de un país que lo
hubiera adorado si llevaba su revolución a la profundidad
jeffersoniana.
Los
ladrones como Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera son el
resultado de una equivocación original, y ni uno ni el otro
hubieran podido hacer lo que hicieron sin la ley de representación
proporcional. Si Venezuela hubiera sido en realidad una democracia
representativa y no una partidocracia, hoy hubiera sido el país más
desarrollado de América del Sur.
Hugo Chávez fue una esperanza para millones de venezolanos pero es
lamentable advertir que no es diferente de los dictadores que en el
pasado reprocharon a la democracia representativa el crimen de la
partidocracia, y que consideraron que la autoridad puede reemplazar
la libertad. Venezuela debe prepararse para reandar el camino que la
condujo a Marcos Pérez Jiménez y todo lo que vino después. Tal
vez cuando el pueblo expulse a Chávez haya alguien que diga basta y
decida que ya es hora de volver a la verdadera democracia.
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