En
el último minuto de su mandato, William Clinton, probablemente el
presidente más inmoral que tuvo jamás Estados Unidos, decretó el
perdón de un sinnúmero de delincuentes, entre ellos su propio
hermano. Esto no llama la atención de nadie porque el presidente de
los Estados Unidos tiene, como el paraguayo, la facultad de conmutar
las penas, además de perdonar.
A
nosotros los paraguayos nos llama la atención porque el Sr.
Clinton, a través de Peter Romero, Maura Harty y Stephen Mc Farland
provocó un golpe de estado en el Paraguay para evitar que el
presidente constitucional Ing. Raúl Cubas decretara la conmutación
de la pena del Gral. Lino Cesar Oviedo, establecida por un tribunal
inconstitucional e imposible en tiempos de paz.
El
hermano del Sr. Clinton es un delincuente común. Para los parámetros
estadounidenses probablemente sea un raterillo de cuarta categoría.
Pero
el hecho de que su hermano lo substraiga a la jurisdicción de la
justicia es en sí, cualquiera haya sido el delito, una inmoralidad.
Clinton también perdonó a una perjura, que se llamó a silencio
para no incriminarlo en el caso de Mónica Lewinsky, en el cual
Clinton mintió al pueblo estadounidense.
El
hecho es que aún cuando se trate de una inmoralidad, las facultades
presidenciales se respetan en los Estados Unidos. Asquean, pero se
respetan.
El
Sr. Clinton no respetó las leyes paraguayas y destruyó nuestra
democracia para mantener su deseo de apartar a Lino César Oviedo
del camino en pos del gobierno. Lo hizo, casi con certeza, para
proteger a su asociado Juan Carlos Wasmosy, socio comercial de Mark
Jiménez, que acaba de ser jaqueado en Filipinas gracias a la caída
de su otro socio y protector, el ex presidente Estrada.
Clinton
irá a su casa, lleno de dinero, con una pensión que le permitirá
un buen pasar por el resto de sus días, exento ya de ir a la cárcel
por haber hecho un trato con el Fiscal, que le reportó cinco años
de prohibición de ejercicio de su profesión de abogado.
El
mismo es un delincuente común, como Al Capone, que tuvo que hacer
un trato para evitar ir a la cárcel. Es un perjuro declarado y
mentiroso oficial, porque eso es lo que ha reconocido abiertamente.
No pagará por sus pecados, ni por los internos ni por los externos,
porque la democracia rota en el Paraguay no le será imputada ni
ahora ni nunca.
Los
derechos humanos pisoteados en el Paraguay por las políticas de
Clinton no merecen una línea de los grandes diarios en el mundo, y
es más importante que Clinton salga prácticamente indemne del
asunto Mónica Lewinsky que pague por lo que le hizo al Paraguay.
Los
paraguayos continuaremos estoicamente sufriendo el vejamen que se
nos hace y tragaremos las ruedas de molino que nos vienen del norte,
cargadas de hipocresía bíblica. Nos seguiremos sintiendo culpables
de ser piratas y falsificadores, tramposos e ignorantes, y
seguiremos creyendo que los presidentes de los Estados Unidos salen
de una escuela para arcángeles, que no cometen crímenes ni son
insensatos o tilingos.
La lección de Clinton no será aprendida ni aquí ni en el mundo
porque todo el mundo quiere que el gigante le sonría y le acaricie
el pelo como un buen abuelo o, mejor, un buen padrino.
La democracia paraguaya destruida no quiere decir nada en un
mundo que ni sabe que existimos.
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